Page 16 - Manual de buenas prácticas
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Cuando los europeos arribaron al continente americano a finales del siglo XV se
               encontraron con mundos muy diferentes en pensamientos, ideas, imaginarios,
               ilusiones, deseos e historias. Para el conquistador europeo de entonces, estas
               tierras consideradas “de nadie” le dieron la oportunidad perfecta para imponer
               sus  conocimientos,  creencias,  idiomas,  tecnologías  y  economías;  para  conquistar
               territorios,  pueblos  y  mentes;  para  obtener  riquezas,  recursos,  mujeres,  sirvientes
               y mano de obra esclava; para explorar, investigar, escribir y representar este lugar
               concebido como mágico y, a la vez, monstruoso.

               Bajo esta visión, a los nativos se les describió como “bárbaros”, “caníbales” y “salvajes”
               que debían ser civilizados y evangelizados. Entonces, la Corona Española hizo de este
               territorio y de su gente un objeto de conquista. Los Pueblos Indígenas resistieron,
               algunos lograron mantenerse aislados, muchos tuvieron que huir a tierras lejanas, pero
               el genocidio y la aculturación fue el destino de la mayoría.

               Después  de establecida la Colonia, los españoles fundaron  ciudades, puertos,
               encomiendas y misiones. La religión católica se convirtió en uno de los principales
               agentes “civilizadores” de la empresa colonial. Los indígenas fueron obligados a
               permanecer en las misiones donde se les enseñó a hablar y escribir español, y forzados a
               aprender a comportarse y a trabajar como europeos, sin poder practicar sus tradiciones
               culturales, ni hablar su lengua. Aunque en el siglo XVI la Corona Española adjudicó
             |16|   los primeros resguardos y determinó que los indios eran vasallos libres que servían al
               rey y, por lo tanto, no debían ser esclavizados o cumplir funciones serviles, siguieron
               siendo obligados a trabajar para los españoles y a ser fieles a la religión católica.

               Con la Independencia la situación de los Pueblos Indígenas no mejoró. Los
               criollos, amparados en una supuesta superioridad moral, mantuvieron una visión
               discriminatoria, racista y colonialista. Por ejemplo, Francisco José de Caldas, criollo
               ilustrado reconocido por sus aportes a la cartografía del Nuevo Reino de Granada,
               planteaba en 1807 que “todos los habitantes de esta bella porción de tierra se pueden
               dividir en salvajes y hombres civilizados. Los primeros son aquellas tribus errantes
               […] que mantienen su independencia con su barbarie […]. Los segundos son los que
               unidos en sociedad viven bajo leyes suaves y humanas del Monarca español”.


               En este sentido, solamente los indígenas que decidieron asimilar la cultura occidental
               fueron aceptados dentro de la sociedad. Este fue uno de los principios que rigió la
               legislación posterior a la creación de la Gran Colombia y la República de Colombia: los
               indígenas debían reducirse a la vida civilizada, incorporarse a la sociedad mayoritaria
               y aportar al desarrollo de la Nación. Con el fin de lograr este cometido, el Estado
               decretó la creación de misiones para educar, evangelizar y civilizar a los indígenas.

               Por otro lado, los resguardos fueron disueltos y divididos en propiedades individuales
               que pasaron a manos de hacendados y mestizos o se convirtieron en terrenos baldíos
               de la Nación. Estas políticas continuaron profundizando las violencias contra los
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